LO NEGRO - El Goce Goce (Miércoles 25 de Marzo - Poliradio)

septiembre 23, 2014

Suspiro y Fuerza: Crónica de un Negro del Interior en San Basilio de Palenque

Me fui en busca de fortaleza, en busca de sentir la historia de mis antepasados aún respirando en la tierra caliente de las calles de aquel pueblo, pueblo negro, pueblo sonriente. Me fui para San Basilio de Palenque.
Estatua de Domingo Benkos Biohó

PUMZA

Salí de Bogotá en la tarde con la esperanza, no, más bien el deseo de superar lo difícil que había sido el último semestre en la universidad. Era mi tercer semestre de Comunicación Social pero lo sentía como el primero, ya era un periodista en proceso. Había impulsado ‘’LO NEGRO’’ un proyecto de y para la, tan golpeada e ignorada raza negra en Colombia, la intención era empezar a sembrar el grano de arena que siempre he querido aportar al desarrollo de mi comunidad afrodescendiente en Colombia.
Llegué a Cartagena alrededor de las siete de la noche, hacía un clima cálido y una brisa de esas refrescantes que caracterizaba a la ciudad de mis antepasados afros. Sentía el peso del aire como un par de cadenas oxidadas en mis orificios nasales, mi cabeza daba vueltas tratando de encajar las tan desordenadas piezas que llegaba a poner en su lugar, mientras la gente vivía un domingo más.
Llegué a casa de mis abuelos, recordando más de 15 años de aventuras en la bella heroica; nombres, caras, juegos, escenarios vagos de escondite, el implacable sol de la tarde mientras jugaba fútbol en el polideportivo, la cálida lluvia que nos arropaba entre sonrisas, goles y jugadas. Estaba emocionado, recordé a mis primos, a mis amigos y a toda esa gente a la que agradezco haber crecido conmigo.
Se me había metido en la cabeza la idea de visitar Palenque, había estado averiguando las posibilidades de una posible visita al pueblo que forjó la libertad de los negros esclavos por allá a mediados del siglo XVI cuando Domingo ‘’Benkos’’ Biohó se cansó de la supremacía española, de los eternos latigazos de cada atardecer, del trabajo furtivo sin recompensa, de ser tratado como animal por tener un color de piel más oscuro, por ser físicamente más fuerte, pero mentalmente aturdido, adolorido, se llevó a unos cuantos consigo a un terreno en medio de lo que ahora se conoce como los Montes de María, que después tomaría el nombre de Palenque que connotaba ''grupos secretos en pro de la libertad'', lo que en Brasil se llamaría ''Kilombo''. Tiempo después al nombre tradicional de ‘’Palenque’’ se le añadió el ‘’San Basilio’’ en referencia a la estatua de aquel santo que mientras era transportada a San Agustín de Playa Blanca se quedó atascada, los habitantes del pueblo creyeron que aquello no era coincidencia y que por el contrario se trataba de un presagio y así pues adoptaron a San Basilio como el santo del pueblo, por ende incluyéndole en el nombre de pila, acompañando a ‘’Palenque’’.
Tan sabroso, como la riqueza histórica de mi raza negra, me sentía en mi ciudad. Había nacido en Bogotá pero me sentía más de Cartagena. Sensación que había nacido después de vivir allí mis primeros tres años. Sentía ese sol de cada mañana en mis venas.
Había logrado convencer a mi abuelo de ir en busca de conocimiento e identidad a San Basilio de Palenque, estábamos a tan solo una hora y media, y podríamos coger un taxi hasta el puente de Turbaco, donde una van nos llevaría a El Viso, pueblo que quedaba justo en la entrada que daba a Palenque, donde hacían unos 38°C sin una sola pizca de brisa, donde la arepa e’ huevo era tan grasosa como nuestras caras llenas de sudor.
El viaje de pronto se complicó, luego de tomar un ligero pero contundente desayuno decidimos averiguar la manera más precisa de llegar a Palenque, nos topamos con la noticia de que la única forma era en moto. Mi abuela no podía montarse en una de esas, por lo tanto representó un gran problema.
Decidimos regresar a Cartagena con la promesa visitar Palenque en un medio más cómodo y con más calma.
Pasó una semana y así fue…

NGUVU

Grabado en honor a Benkos Biohó
El sábado siguiente llegó el carro que mi abuelo había alquilado a las 8:30 AM, el atuendo, la energía y hasta nuestro aire había cambiado luego de una semana. Me sentía más expectante, más emocionado, más fuerte.
Llegamos a Palenque a eso de las 10:00 AM, luego de pasar por casas de crianza ganadera y de ver en el camino que de la carretera conduce al pueblo varios letreros que resaltaban a diferentes personalidades palenqueras como Kid Pambele y el tamborero Batata, que representa uno de los elementos más importantes de la cultura africana en Colombia como medio de expresión, el tambor.
El pueblo se sentía fresco, el calor era inminente y el sol disparaba sus rayos de frente, indolente, insolente. El pavimento se había ido, la tierra y huecos de diferentes calibres hacían brincar el pequeño carro color negro que nos llevaba, mi abuela saltaba y luego sonreía, se había vestido pulcramente, como siempre, ella tampoco conocía el pueblo de sus raíces. Nos sentíamos como tres exploradores curiosos en busca de conocimiento, identidad y fuerza, en busca de unidad y riqueza, pero no la que dicta el dinero, más sí la que dicta la experiencia.
Indagando y titubeando, poco a poco, llegamos a la Casa de la Cultura del pueblo donde en la puerta nos esperaban dos negras muy amables que siempre nos estaban sonriendo y que a pesar de que no eran palenqueras, habían vivido gran parte de su vida allí, eran las guías, luego de un breve registro y una sesión de fotos con una de ellas que cayó en un estético amor con mi caracol (un gorro redondo pintado de los colores de Cartagena y Colombia que le había comprado a un hermano nómada días antes en el centro de la ciuda), nos llevaron al salón de eventos. La madera estaba desgastada, la guía nos advertía, mientras con cuidado pisábamos, que en el pueblo era muy común el comegen, un animalito tan mínimo que nadie había visto pero que sabían era el responsable de acabar con la madera en las tierras costeras. Allí, resaltaba un gran mural con una de las frases más celebres de Benkos Biohó que invitaba, en idioma palenquero nativo y en español, a no dejar perder esa riqueza cultural y espiritual que representa el idioma nativo del pueblo, sentí un escalofrío en ese momento, era como estar sintiendo las cadenas liberando lenta y dolorosamente a aquellos negros que habían dejado de ser objetos, animales y esclavos de los españoles para ser libres, unidos y espiritualmente fuertes. Me sentía abrumado.
Seguí rodando por aquel pequeño salón lleno de carteles y frases alusivas a las raíces culturales palenqueras, hasta que decidí salir, me llevaron a la biblioteca, uno de los lugares por los que había hecho tal viaje, quería saber en qué condición estaba un centro tan importante para el crecimiento, porque desde muy pequeño había dado cuenta de lo sabroso que era el aprendizaje y de lo placentero que era un buen libro. Me encontré con la grata sorpresa de un lugar repleto de libros dedicados a las raíces africanas, relatos de escritores negros, cuentos sobre antiguas mujeres del pueblo, libros de ilustración fotográfica acerca del estilo de vida en el norte de África, libros para niños con dibujos representando la historia de Palenque, mesas de colores verde y rojo (verde por los árboles y los pastizales que rodean al pueblo, rojo por la sangre derramada), un televisor viejo y empolvado, libros de medicina, geografía y matemáticas, al igual que literatura contemporánea de escritores como Gabriel García Marques, Paulo Coelho, Julio Cortázar, etc. Así como antologías, cuentos cortos y juegos de azar. La biblioteca estaba nutrida y era agradable, agarré un libro que hablaba acerca del estilo de vida en la República del Congo, en África y me senté a leer un rato, posteriormente, emprendí una conversación  con la alta bibliotecaria que estaba en octavo semestre de Pedagogía Infantil, era nativa, me contó que los libros los llevaba principalmente el Ministerio de Cultura, pero que al mismo tiempo habitantes del pueblo, visitantes y organizaciones donaban para completar el catalogo final de la biblioteca que claramente estaba basado en la apropiación del conocimiento de su propia historia palenquera. Porque sabiendo de dónde venimos estaremos concisos a la hora de reconocer hacía donde vamos.
Seguido a la biblioteca estaba el estudio que desafortunadamente ese día estaba cerrado, supongo que por la hora. Allí se producían programas de radio y diferentes proyectos musicales de la gente del pueblo, algo que se llevó mi completa atención por mi forjada cercanía con el medio. Seguido estaban las oficinas y por último, con la madera en estado deplorable, empolvadas, estaban los diferentes ítems que harían parte del museo que aún estaban construyendo.
Salimos de allí agradeciendo la atención y preguntando por un lugar donde poder desayunar al estilo palenquero. Dos cuadras a la vuelta llegamos a una casa donde una señora de sonrisa exuberante que de manera apresurada sacó una mesa y varias sillas para, acto seguido, preguntarnos qué clase de pescado nos gustaría de desayuno. Así pues el desayuno fue pescado, con patacones, arroz con coco y una manzana fría. Lo devoramos mientras veíamos pasar a la gente, unos caminando, otros en caballo, los pelaitos montados en un palo de escoba, jugando a los jinetes, mientras las madres bailando al caminar se quejaban del calor y del hecho de que el pueblo aquel día no contará con luz.
Al terminar de ‘’desayunar’’, me senté al lado de un árbol a observar como los niños jugaban con sus palos de escoba y bailaban al mismo tiempo, llamándose como los jugadores de la selección; ¿hasta dónde puede llegar algo tan trivial como el fútbol?, ¿cuánto logra unirnos?, ¿cuánto nos llena?, ¿cuán efímero es un instante tras un balón y cuán gratificante es la sonrisa de mi raza?, pensé. Se me acercó uno de ellos, simplemente a saludar, su cara denotaba dolor, estaba sin camisa, reluciendo su pancita y solo llevaba un mocho de jean retozado, su cabeza brillaba, aunque no más que su sonrisa y sus ojos grandes, como de lince, connotaban la curiosidad que caracteriza a los niños de su edad. Le saludé y luego me paré a jugar con él un rato, descalzo, en un momento inolvidable donde, sintiendo directamente mis pies enterrados en aquella arena naranja, las energías de mis antepasados, la fuerza y la sabiduría de ellos, le prometí al pelaito que escribiría acerca de él y que regresaría pronto ya con mi propio ‘’caballo’’ para no tener que pedirle prestado el de él.
Nos subimos al carro, dirigiéndonos de forma fugaz hacía la plaza principal del pueblo donde se encontraba la mítica estatua del libertador, Benkos Biohó, que en medio del sol se veía más brillante que en las fotos que solía apreciar desde Bogotá cuando disparaba palabras de resistencia en relación a mi raza, ahora era yo quién la fotografiaba y la apreciaba, en otro de los momentos de gran idilio mental y espiritual, suspire para inspirar a mi llegada, deje todos mis sentimientos dañinos, me llené de amor y paz, en ese momento, caminando alrededor de la plaza, vestido de blanco con la fuerza del caracol en la cabeza y los ojos de los hermanos palenqueros que sentados allí disfrutaban de una cerveza mientras esperaban por el regreso de la luz, discutían acerca de política y deportes, me sentí nuevo, me sentí valiente, me sentí motivado.

Tomé algunas fotografías más y me subí al carro para regresar a Cartagena con la promesa de volver en un futuro no muy lejano porque nunca se aprende lo suficiente en un día de estadía, salí observando con suma atención a las negras que bailando al caminar me miraban y esbozaban esa sonrisa que tanto caracteriza a la mujer negra, todas esplendidas, lindas, todas soñadores, encantadoras.
Las calles de la arena caliente y el sol histórico. A una cuadra del cementerio.
Deje Palenque, con ganas de volver, con una sonrisa en mi rostro y mis gafas empañadas, deje aquel lindo pueblo con ansias de hablar de él, con ansias de transmitir el conocimiento adquirido allí y con ganas de seguir regando el granito de arena sembrado aquel 12 de febrero con LO NEGRO para luego cosechar progreso y desarrollo, para luego cosechar fuerza, para mi gente, mi querida gente negra.