Queremos un país que triunfe en los deportes,
pero tenemos un país que degrada la educación. Queremos un país con orgullo y
reconocimiento internacional, pero se nos olvidan los niños, el futuro de estas
tierras, demacradas y hermosas, alegres y olvidadas.
No podemos dejar a un lado lo astuto que fueron
nuestros antepasados; nuestros indígenas, que con mitos relacionados al oro se
aprovecharon de la avaricia de los españoles que llegaban con sus enfermedades
y sus armas a conquistarlos, a esclavizarlos. Nuestros negros, que con
fortaleza, alegría y esperanza llegaron a Cartagena como esclavos de humanos,
como ellos, pero de otro color. Los trataban como animales, bestias sin alma,
que se revelaron y con ayuda del trenzado de sus cabellos, donde dibujaron el
llamado ‘’mapa de la libertad’’, donde guardaban pedazos de oro que sacaban de
las minas, se escondieron entre los Montes de María, en una tierra maravillosa
que hoy conocemos con el nombre de San Basilio de Palenque, ahora suspirando
bajo los incesantes aires de la pobreza e ignorancia nacional, como sucede,
también, en gran parte de la costa atlántica y pacífica del país.
Nos maravilla la idea de obtener dinero fácil,
esa premisa que nos ha dejado la magnificación de la llamada ‘’cultura narco’’,
de donde proviene la tan famosa y criolla frase colombiana: ‘’el mundo es para los vivos’’. Aterradora
pero proclamada, por ende deseada.
En esta tierra donde el ocio prevalece a la
educación, donde la memoria se ha perdido, donde se pide justicia política sin
justicia moral, donde se celebran los triunfos deportivos porque son aquellas
alegrías efímeras que actúan como un somnífero, porque cuando estamos dormidos
se nos olvidan nuestros problemas, se nos olvida cuánto daño nos está haciendo
esa magnificación televisiva de ‘’lo violento’’ y ‘’lo narco’’, de cuánto hemos
olvidado nuestra esencia, de cuánto segregamos a nuestros indígenas, de cuánto
discriminamos a nuestros negros, de cuánto añoramos vivir el sueño americano
para, de esta forma, sentir un poco de orgullo colombiano, ese que solo se
siente estando afuera, huyendo del problema. Porque allí es donde realmente nos
sentimos colombianos, afuera, donde extrañamos, donde añoramos.
‘’Somos
capaces de los actos más nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y asesinatos
dementes, dé funerales jubilosos y parrandas mortales’’, dispara García
Márquez, que en su preocupación por la pérdida de identidad colombiana y en su
búsqueda por un cambio social, plantea una preocupación más fuerte por dirigir
un país, ese país próspero que tanto soñamos, al alcance de los niños.
Somos una sociedad de
mil y un colores, de mil y un estilos, de mil y un deseos, de triunfos y
derrotas, de alegrías y tristezas, de fortalezas y debilidades, de ignorancia,
de ganas de poder, de ahínco laboral, de parrandas, de tierras olvidadas, de
tierras maravillosas. De sonrisas negras, blancas, indígenas. De ojos pequeños,
grandes, medianos, rasgados, azules, amarillos, verdes. De alma colombiana,
pero de superficie europea y estadounidense. De prejuicios, de segregaciones,
de amor y odio. Luchando por un país próspero y uniforme, luchando por la
justicia y la erradicación de la violencia, porque somos un país en busca de
libertad y armonía, porque somos un país matizado, en desarrollo económico,
pero no educativo. Porque desconocemos nuestro pasado, disfrutamos nuestro
presente y vivimos a la expectativa de nuestro futuro. Aunque, tranquilos, como
decía mi abuela ‘’mañana el tamarindo crece más sabroso, mijo’’.